“El punto
final es el que cierra un escrito o una parte independiente de un escrito (por
ejemplo, un capítulo en un libro). La diferencia con el punto y aparte es
clara: después de un punto y aparte siempre viene otro párrafo; después del
punto final ya no hay más párrafos.”
Después del
punto y final viene el vacío, o el infinito. Un punto que acaba un todo, y un punto
que empieza un ojalá. Las dos caras de la moneda, el ying y el yang.
Así que, se
acabó, punto final. Como el querer. Como el que viene, vendrá y nunca más se
irá.
A partir de
ahora lo que quiera siempre será real. Querer y punto, final.
Nada de
interrogantes que nos destrocen la vida. Nada de pensar si hacer lo que quiera
será o no lo mejor para quien sea olvidando que será lo mejor para ti.
A partir de
ahora lo que quiera será querer de verdad.
Porque “haz
lo que quieras” será una razón más para hacerlo. Lavarse la cara y empezar una
mañana sin pajarillos que cantan y hacerlos cantar. Armarse de miedo y
reventarlo en el suelo. Reventarte con él, pero notando como la emoción te sale
por las orejas.
Ya está bien,
hostia.
Solo
necesitamos esa razón, solo tenemos que conjugar en presente la primera persona
de ese infinitivo que termina en -er, yo quiero. Y si tú, él, ella, vosotros y
ellos no, no os creáis que lo voy a sentir. O si, lo siento, pero del verbo
corazón y con razón. Siento que quiero, siento que voy a por ello, siento que
se acabó sentirlo.
Por eso se
acabó. Se acabó pedir permiso, se acabó esperar, se acabó dejarle las riendas a
un jinete que no sea yo.
Y sobre todo, se acabó pensar que cuando nos dicen que hagamos lo que queramos hay alguna limitación más allá de nosotros mismos para hacerlo.
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